viernes, 30 de octubre de 2009

Estimados amigos y amigas, camaradas, compañeros, les presento el último de mis poemarios titulado Contra este mundo, este trabajo está compitiendo en el concurso organizado por la Casa de las Américas edición 2010, a continuación les dedico algunos fragmentos:


Contra este mundo


I

Con qué argumentos enfrentar al mundo,
uno sinalma, al tropezar
con esta duda que me aqueja
con violenta oscuridad.

Vale decir, capitulando,
la verdadera vocación cuadrúpeda del ser,
la humana fobia inquisitiva,
el hierro cruel, hace ya tiempo,
tras de su tiempo prematuro de vejez.

Quién tendrá dudas de cuánto
homínido pavor desliza
el orden engendrado
de este crónico animal de pie,
sujeto a la danza universal,
de ser lo mismo por todos,
unilateralmente, lo mismo,
tiernamente, al unísono,
voraz calumnia.


II

Casi en el ritmo,
ponderación amartillada
del preludio, mueca de espanto.
Qué dirán los enigmáticos libros
en el bronce de la exaltación.

Ah qué dirán los sagrados folios
en cura de silencio,
a cuenta gotas, enmudecidos,
qué dirán,
con desconocida certidumbre
sobre materia criminal.


Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
V

Oh, si tan sólo en la pupila de mi madre
yo estuviera,
como en los límpidos antaños de la infancia,
si tan sólo bajo la atenta vigilia de sus ojos
yo me repitiera,
hasta hacerme otra vez
un hombre,
con el sudor de su grandeza
un hombre,
con el plasma de sus líquidos
más hombre,
lo sería,
de nuevo, de pie,
contra este mundo,
en esta noche de melancólicas ubres.

Y así, cuando ella viérame,
desde su distancia rumorosa de gaviota,
como era entonces,
esta silueta ensombrecida de su sangre,
aún de pie!

Y así,
cuando sus ojos incesantes me llevasen
como un niño tembloroso entre sus brazos,
sería yo el mismo hombre taciturno
que su fe abrigó con densos trajes.

Y así,
en la cruda abertura de la tierra
sentiría,
sus semilla válida, veraz,
sus ayunos, ay, tan tristes!
sus hambres, ay, tan tristes!
sus vacíos, ay, tan tristes!
Su inhalación profunda, veterana,
de lento suspirar.

Y así, entonces, sentiría,
el adiós desconsolado de su abrazo,
a sus lejanas latitudes,
con la nítida esperanza de volver,
como es ahora,
desde un pálido pañuelo inconsolable.
Ah si tan sólo en la pupila de mi madre
yo estuviera.


Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
VI

Plañe súbitamente el ser que nombro,
brama su habitante, apuntalado en dobles pinos,
vuélvese, torna en comunión consigo mismo,
sale del pecho, tieso de córneas, aduce,
en su rugido ratonil de una perilla,
este clamor, su eufórico suplicio,
con aspaviento de mélico abejorro.

Y ya noche, en la noble pesadilla,
su queja molar, crónica, durmiente,
al viandar su festivo polvo inquisitivo,
vuelve a llorar.

Y ya noche, titilante,
yo me huyo dentro
dando un grito.


Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
VIII

Tristérrimo soy de mí, cómo negarlo,
tal vez, hasta primogénito
de mi propia ruina seré,
libra por libra.
Pero no guardo rencor,
si es allí adonde vamos,
por los escarpados rumbos
de la injuria.

Habrá un cielo despejado
tras la noche vil y oscura!

Un alarido, a puro batallar,
saldrá de mi pecho,
un gran alarido, de ímpetu certero,
y blanco será el recodo de esta ruta,
donde lo comprensible no será jamás
ya postergado.


Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
IX

Ah coronel,
yo también esperaba la misiva,
en carne y hueso aguardé la señal,
a la justa palabra yo atesoraba,
hasta hoy que me levanto tras de mí,
y me visto de absoluta soledad
para alejarme.

Ah coronel,
aún no llega ese viernes por aquí,
sólo aquellos rumores maltrajeados,
que alguien hilvanó como mal sastre.

Ah coronel,
en una pieza está la moral,
intacta, sola, junto a mi rifle.


Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
X

Llena de gracia, me mira la pupila de esta mujer,
vela mi sueño, bifurca sus cabellos incontables
en mi trazo, sus auténticos ojos cósmicos platean,
llena mi mundo, con fórmula piadosa de candor.

Su brizna generosa de dulzor, en mí alardea,
y siento el fervor con que me mira,
flor de mi tierra primaveral, llena de mí,
siento sus formas terrenales en mi cardo
y ella, servicial en mi parcela,
la húmeda dulzura varonil con que la toco.


Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
XV

Perdónenme pues si algo en mí tengo de triste,
si mis pasos me llevaron a ninguna parte,
y si escribo muy pegado a la nostalgia,
es que no supe cobijarme de alegrías.

Yo no guardé sonrisas bajo la almohada,
ni cartas, ni amores, ni fortunas,
sólo pesares anidaron en mi pecho.

En los áridos caminos de esta vida
supe andar en toda circunstancia,
y es que no saben
cuánto en mí se ha marchitado.
Perdónenme pues si ahora mismo
estoy tan triste,
perdónenme pues si ahora mismo
estoy errado, pues, la verdad,
no aprendí a mirar con otros ojos.

En los adioses, en los balcones,
en las distancias,
¡No había despedidas para mí!

Perdónenme pues si ahora mismo
parto a buscarme.

Perdónenme pues si ahora mismo
estoy tan triste.

¡Sí, mi corazón está triste!

Perdónenme pues si lloro en esta lágrima
con terrible llanto debajo de mis ojos.

Alguien habrá de esperarme
en el Mañana que me huye,
alguien habrá, alguien, digo, o nadie,
o todos juntos, alguien habrá, estoy seguro,
pues ya no puedo.
¡Ya no puedo con este dolor entre mis líneas!

Tengo en sangre el testamento de mi vida
y estoy ardiendo.
Perdónenme pues si ahora mismo
estoy callado.
Esta vez yo diré adiós,
mientras dejo mi lugar,
aún más vacío.

Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
XXI

El tiempo destruye las bóvedas
en las que el romántico guardó sus sueños.
El tiempo devora la nostalgia derribada
en la que el ruiseñor estiró la pata.


El tiempo dirá que árbol dará frutos
y que huesos alimentarán
el Fuego de la Ira.

Sólo los hombres inocentes buscan
el amor en el fondo ensangrentado
de la penuria cósmica.

Piedad para el que sufre
en cada costado de su herida.

Piedad para el que se desangra
por amor al mundo.

Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
XXVI

Algún día inesperado, límpido,
el hijo que nos llora,
ayunará con estoica firmeza,
aupándose de odiar lo que nos hiere,
con hablantina ternura de muchacho.

Y a cuánto de significante miga su rencor
servirá la mesa,
y cuánto su trinante gracia colorida
endulzará las hieles,
y cuánto su abrigadora sonrisa,
bueno, eso ya no tiene parangón.

Y a su lado,
tendido a llorar el dolor mío,
velará su canto matinal de primavera.


Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
XXVIII

Quién aplazará su prontitud urgente
hasta la pérdida,
hasta la monetaria exhalación de dios,
quien, en el drástico agujero,
lo que no tocará el tiempo,
de parábola en parábola morirá desnudo
hasta morir de dios!

Quién, como el que llora,
con delicados ademanes de sensible,
sucumbirá en el oficio de la pólvora.

Escribo esto con los tenaces fusiles
del hambriento.

Esta es mi cuota de soldado
para la patria reluciente de los predicantes.

Esta es mi cuota de ladrillo
ante el siseo de la bala.

Yo no sé en qué trinchera fuimos
despojados del placer de una caricia,
y en qué metro cúbico
tendióse largo y sombrío
el intestino de los rifles.


Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
XXXI

Hay que cultivar un amor platónico
para las artes
y un amor desnudo
para los días de placer.

Hay que cultivar un amor heroico
para la hambruna
y un amor fantástico
para la imaginación.

Hay que cultivar un amor clarividente
para los presagios
y un amor clandestino
para la libertad.

Una huesuda mujer teje
el negro telón de la despedida.

Hay que cultivar un amor ciego
para los tiempos de la nieve,
para la herrumbre inevitable de la vejez,
porque en el umbral del final descanso
ya no es posible ejecutar
las acrobacias de la retirada.


Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
XXXVI

Toca la puerta huérfana mi mano,
tocan la efímera ventana mis ventrales ojos,
de llanto evidente, mutual, mi vestimenta,
y el pan con el que ayuno, de ruiseñor,
mis deducciones.
Nadie sabe cuánto
ha pecado de dulzura mi salario,
y cuánto de siniestro tristemente me derriba.

En un almuerzo fugitivo el cuervo anida,
bate su velocísimo espiral de triste pájaro,
arremete, muerde, picotea, desayuna,
elude el aletazo de la vida que arrebata.

Maligno secretario sabrás
que en tu profano despilfarro,
hay una mesa separada para el hambre,
y una huesuda silla de inmensa talladura
que te guiña,
y sabrás que hay en tu nombre,
impuestos en balde que te silban,
y mucho también de cínico circo y de artimaña.
Han de ser tus mismos reales usureros
la misma moneda con que pronto nos la pagas.


Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
XXXIX

Un fuego atroz y milenario consume
las palabras del forjador de la ausencia.

Mi nombre es ausencia, soledad, melancolía.

La felicidad es una idea lejana que agoniza
en el sueño desfavorecido de los explotados,
es una puerta negra y oxidada
delante del fatal destino.


Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
XLI

Oigo el troquelar de fieros mundos
al compás de la danza del universo.

Oigo los trémulos pasos
del que anda descalzo.

Oigo la agonía del que gira
desde sus raíces hacia la desolación,
hacia el hondo crujir de la violencia.


Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
XLIV

Aquel hombre ha muerto,
no he de buscarlo más entre las sombras,
su mirada fija todavía ensaya,
el pesado manto de los párpados que lloran.

Ha muerto a escondidas de su abrazo,
de repente, alguien cerrará los ojos.


Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
XLVIII

Mundo sin alma que en flacos vacunos
oí morir de trepidantes mugidos
sobre mamíferas brasas
con vertiginoso clamor.

Los humeantes nonatos
en coro de llanto reprimido,
lloran partidamente
en la perversa nota musical de dios.
Ay de los mártires no nacidos!


Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
LVI

La vida, algo severa, hiere mi frente,
grítame, oféndeme, masculla,
desde su filoménica reliquia,
yo le huyo tenazmente, le antecedo, le capoteo,
y ya nunca, tal vez, le oiga venir,
antes que el nudo de su trampa tome fibra,
antes que sus agudas cosas dilaten a garrote
en la ánfora grotesca de la nuez.

Yo ladeo su solemne voluntad de criminal,
ladeo su ansiedad de magro soliloquio,
ladeo su oscuro porvenir de carnicero.

Hiéreme de miedos infantiles su labor,
sus clavos grandes, y en el borde
acostumbrado de esta fábula nefasta,
sus litros colosales de gerundio
me rebuznan.


Diego Libertad
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LVII

Aves alboreras, llévenme a vivir
los días dulces que nos faltan,
aprisa!
Llévenme en sus alas,
con brazos fraternales de alegría,
desde este momento, en el que caigo,
con mi materia sensorial en una pala.

Será, será de aquí hasta el adúltero día
en el escote lúbrico de su preñez,
de puñales furtivos,
de dolores adustos, ay patronales.


Diego Libertad
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LIX

Arguyo en largos abrazos, ay mis abrazos,
de puntillas, grazna el repentino
recuerdo resignado de su voz.

De un embeleso andariego fui testigo,
no me lo digan, fui testigo, veraz oyente,
alerta, resoluto,
con el corazón al ristre, de pie,
contra este mundo,
bajo los pies ungidos de la evolución!


Diego Libertad
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LX

Algo que nos une se ha quebrado,
y en estas dos partes inasibles de tu polvo,
arde del todo un fuego enflaquecido.

Agita el viento al rebaño en las hogueras,
donde vino a parar con su rescoldo,
llena de gracia la resaca plañidera,
absurda, infantil, casi en pañales,
roja de savia matutina de licor.

Y casi materna la gota rebosante,
recreando su pócima correcta,
su eslabón de mismísimo pariente
y su sed afanosa y predilecta
roza tu espiga, hunde los dientes,
y calla en sus voces las líquidas penas.

Ay, sólo pido desde esta orilla,
que vi cuánto se seca desde la edad
flemática y desde su múltiple saber,
que medita en ávido silencio
desde aquel abril sentado en tu rodilla.


Diego Libertad
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LXIII

De pronto, el mundo conocido observa su reloj,
mira al cielo, adolorido, exhausto, cruje,
estomaquea y, vertido en una página que muge
trasciende
en vertiginosa expiación crudo temor.

El cielo desfallece, patalea, cae su infeliz techumbre
con lágrimas de fuego y sus nubes tétricas que rugen,
y sus blondas grises atolladas,
penden de un hilo en cada lumbre.

Serpientes de alabastro gélido, en nieve,
precipítanse, en bombas de racimos crueles,
son los tiempos malos que se imponen
en lomo negro, entonces, raquíticos, biológicos,
cunde la peste, todo se ha consumado hermanos míos,
no lo olviden, pues nada en este día nos consuela.


Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
LXIV

Solitario era el túnel de mis días,
cuando habitaba de tanto batallar
en mis acuíferos flancos,
y solitario era
el epíteto humano de mi altura,
y solitaria mi parte perenne
y conflictiva.

Dando en mi orilla
este dinámico traspié de un culatazo,
grandilocuente, tímido, culpable,
y dando, en el ancho vendaval,
este alarido,
este susurro poblacional
que me desdobla.


Diego Libertad
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LXV

Afinca tus diez nuevas soledades,
pásales ojo, mídeles el átomo mayor,
la monótona minucia, a la vez,
que distintas cosas te nacieron,
y no supiste de aquel apóstrofe señor
su fleco auténtico,
su mala influencia, y a la vez,
a partir de tu querido anciano desertor,
el polémico antifaz de tu vergüenza.

Ya no ayuno señor mío de este adverbio,
aquí, delante, lejos!
Ya no, ufánico verdugo,
de tus plagas insaciables, yo me alejo.


Ay, más humano no puede ser este dolor!
Un solo vientre, un suspiro, una voz,
esta soledad!



Lima, 30 de octubre de 2009


Diego Libertad
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