viernes, 30 de octubre de 2009

XXVI

Algún día inesperado, límpido,
el hijo que nos llora,
ayunará con estoica firmeza,
aupándose de odiar lo que nos hiere,
con hablantina ternura de muchacho.

Y a cuánto de significante miga su rencor
servirá la mesa,
y cuánto su trinante gracia colorida
endulzará las hieles,
y cuánto su abrigadora sonrisa,
bueno, eso ya no tiene parangón.

Y a su lado,
tendido a llorar el dolor mío,
velará su canto matinal de primavera.


Diego Libertad
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