XXVI
Algún día inesperado, límpido,
el hijo que nos llora,
ayunará con estoica firmeza,
aupándose de odiar lo que nos hiere,
con hablantina ternura de muchacho.
Y a cuánto de significante miga su rencor
servirá la mesa,
y cuánto su trinante gracia colorida
endulzará las hieles,
y cuánto su abrigadora sonrisa,
bueno, eso ya no tiene parangón.
Y a su lado,
tendido a llorar el dolor mío,
velará su canto matinal de primavera.
Diego Libertad
© Todos los Derechos Reservados
viernes, 30 de octubre de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario