LXIV
Solitario era el túnel de mis días,
cuando habitaba de tanto batallar
en mis acuíferos flancos,
y solitario era
el epíteto humano de mi altura,
y solitaria mi parte perenne
y conflictiva.
Dando en mi orilla
este dinámico traspié de un culatazo,
grandilocuente, tímido, culpable,
y dando, en el ancho vendaval,
este alarido,
este susurro poblacional
que me desdobla.
Diego Libertad
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viernes, 30 de octubre de 2009
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