jueves, 26 de marzo de 2009

Sed

Madre, qué tristeza, estás lejos,
lejísimos,
¿Sabes? Aquí todo es como antes,
¿Lo recuerdas?
Como cuando era niño, y dulcemente,
bajo tus brazos,
bebía en abundancia
del vino melancólico de tus ojos.
Por eso, desde niño,
supe jugar con la tristeza,
pues no tuvimos
días de esplendor en nuestros platos.

Así eran esos tiempos, duros, raquíticos,
en los que no había
noticias agradables
sobre el precio del pan y las lentejas,
por eso, el hambre nos fue despojando de ilusiones,
nos fue despojando de la dicha esta tristeza,
y padecimos, como muchos otros,
clamando en el dolor de las muchedumbres.

Madre, yo recuerdo,
que sufríamos bajo el frío indiferente,
mientras llorábamos con amargo llanto,
cuando ya no cantaban los jilgueros
y apesadumbrados, echábanse a morir.

Hoy,
qué poco ya nos queda del pasado, madre,
sólo tú sigues arrullando ese recuerdo,
sólo tú sigues hilvanando sus retazos
porque yo,
sólo sé cantarle a la tristeza.

Es cierto,
qué poco he cambiado desde entonces,
aún tengo la misma mirada
perdida en algún sueño,
y mi palabra más alegre
oculta
para algún momento de dulzura
que quizás ya no vendrá.

Madre,
si supieras cuánto aprendí de tu suplicio,
no estaría tu sonrisa ausente en esta cena,
ni tu lágrima, ahogada en esta copa,
porque yo,
he bebido en abundancia
del vino melancólico de tus ojos
y aún tengo sed.

Diego Libertad
Del poemario El maíz es un cielo
© Derechos Reservados.

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